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Greta Thunberg oficial

Negacionismo es un término normalmente despectivo asociado al rechazo de evidencias empíricas para negar algún hecho ampliamente aceptado. Hay negacionistas del Holocausto, negacionistas de la llegada del hombre a la Luna, de la Tierra redonda, de la teoría evolutiva, del VIH, aunque hoy en día el negacionismo está íntimamente relacionado con el cambio climático. El negacionista se caracteriza por no seguir la lógica de los hechos, normalmente porque la conclusión le resulta incómoda o incompatible con sus creencias, deseos o intereses. Evidentemente ser negacionista parece un absurdo, algo que nadie en su sano juicio debería ser. A todos nos viene a la cabeza el señor Donald Trump. ¿Cómo es posible que alguien vaya contra las evidencias?

Sin embargo, ese término se utiliza de manera tan peyorativa que muchos lo aplican a personas que no son negacionistas, a personas que simplemente cuestionan legítimamente algún postulado con evidencias igual de empíricas y opiniones respetables pero que se ven desprestigiadas y estigmatizadas. Entonces aparecen los otros extremistas, los fanáticos del bando climático que, absortos en la época de posverdad en que vivimos, pierden por completo su capacidad crítica y dejan de prestar atención a todos los hechos más que los que les interesa. Me viene a la cabeza la campaña de desprestigio que sufrió el divulgador científico y director de la revista QUO Jorge Alcalde cuando publicó su libro “Las mentiras del Cambio Climático”.

Verán, cuando yo era pequeño también se hablaba del medio ambiente, no es un invento de los millennials. Se nos inculcaba la necesidad de luchar contra la contaminación, contra la deforestación, de cuidar la naturaleza, de empezar a reciclar, de generalizar el uso de energías renovables, de hacer del planeta donde vivimos un lugar con futuro. No existía el concepto de calentamiento global, aunque había años de sequías severas, existían gotas frías, nevadas inusuales, inundaciones, el acqua alta llenaba periódicamente la plaza de San Marcos tal y como sucede ahora y nuestros abuelos nos hablaban de alguna sequía que duró más de un lustro.

Hoy no existe nada de eso, hoy todo, absolutamente todo, es calentamiento global. Se habla de lo que hay que hacer para luchar contra el cambio climático y meten en el mismo saco la eliminación de los plásticos, el reciclaje, la defensa de los animales... y cualquier cosa que suene a ecologismo. Parece como si de repente se hubiera creado una religión y poco importa si lo que se dice es coherente o no. Hay que aceptarlo tal cual, sin ningún “pero”. PERO..., oigan, no es lo mismo intentar que los océanos no se llenen de plásticos que luchar contra el cambio climático, no nos volvamos locos.

Cuando veo las noticias y dicen que unos chalets en primera línea de playa en Alicante han sido arrasados por un temporal y ha desaparecido la playa que tenían a 5 metros de la puerta, o que poblaciones de Murcia asentadas en cauces naturales de los ríos se han inundado tras una crecida, dicen a continuación sin ningún tipo de pudor que la culpa no es del urbanismo incontrolado, sino del cambio climático. Cuando nos encontramos en octubre con días de mucho calor en España, la culpa es del cambio climático. Hace unos días, escuchaba a uno de esos supuestos “expertos” que salen hasta debajo de las piedras y que viven de subvenciones “climáticas” mientras decía que uno de los efectos del cambio climático es la España vacía y la despoblación rural, y se quedó tan pancho, sin ninguna mención a los grandes éxodos migratorios de los últimos 70 años por el cambio de modelo económico, urbano y productivo del país.

Según parece, estamos viviendo una emergencia climática. Hoy los icebergs que hay en el océano ya no son naturales, sino obra del cambio climático (hace cien años el Titanic probablemente tuvo la suerte de toparse con uno de los totalmente naturales, o no, vaya usted a saber). Hoy un oso polar sobre un trozo de hielo en las noticias es un signo del cambio climático, y si los osos se subían en trozos de hielo hace trescientos años era algo natural. El problema no es que exista un cambio climático y que el hombre pueda tener influencia en él. El verdadero problema es mentir, manipular, no hacer un diagnóstico realista y, sobre todo, ocultar toda evidencia que no sostenga la corriente imperante.

La cumbre que se ha celebrado en Madrid ha dictaminado que esta ha sido la década con la temperatura media más alta desde que hay registros. Inmediatamente han aparecido los titulares, como el de la Vanguardia sin ir más lejos: “La década más calurosa de la historia humana”. Quizás sea un poco pretencioso, y omiten el ínfimo detalle de que el homo sapiens lleva como especie casi doscientos mil años en el planeta y solamente hay registros humanos fiables del clima desde hace algo más de cien años. De repente se saltan a la torera cientos de miles de años y muchos períodos de la historia de la humanidad en los que la temperatura media ha sido muy superior a la que tenemos ahora, como en el periodo cálido medieval. ¿Son acaso titulares sensacionalistas que mienten? Por supuesto que sí, y ayudan a crear una sensación de alarma que cala en todos nosotros.

Tenemos constancia de que, en la historia de la Tierra, ha habido al menos cinco extinciones masivas, la última hace 65 millones de años. Esos sí fueron cambios verdaderamente drásticos, verdaderas catástrofes naturales que acabaron con millones de especies de animales y plantas. Sin embargo el ser humano de repente en su arrogancia su arrogancia se cree artífice de poco menos que del fin del mundo venidero porque la temperatura media podría subir uno o dos grados en los próximos cien años..., o no. Y lo digo con total desconocimiento, el mismo desconocimiento que muchos científicos afines a la causa se esmeran en ocultar.

La climatología y el sistema climático global es inexacto y los mismos científicos en la letra pequeña de sus informes, reconocen que hay muchas variables que no controlan y no saben ni pueden saber cuál será su evolución. En todos los estudios climáticos se incluyen unas extrapolaciones de los datos obtenidos a través de modelos matemáticos predictivos con un nivel de probabilidad. Pues bien, todas esas previsiones contemplan lo que pasaría si las variables evolucionaran siempre en el peor de los escenarios. Y las conclusiones de esos modelos incompletos, inexactos, que reconocen que existen variables desconocidas y además con previsiones pesimistas las dan por ciertas y las trasladan sin filtros a la opinión pública. Esto un ejemplo claro de ecoalarmismo.

Hace casi 30 años se empezaron a hacer predicciones catastróficas sobre el aumento del nivel del mar y el calentamiento global para el año 2000 que no se cumplieron. Las actualizaron para el 2020, y tampoco se han cumplido. Ahora ponen nuevas fechas, para 2050, o incluso 2100. No parece demasiado serio. No sé si recuerdan la enorme preocupación que se originó sobre todo durante la década de los ochenta y noventa sobre el agujero de la capa de ozono detectado en algunas zonas del planeta. Las alarmas saltaron y el fin del mundo se veía próximo por culpa del malvado ser humano. Hoy en día la capa de ozono se ha recuperado a pesar del ser humano. ¿Es un milagro o es que subestimamos la capacidad del planeta para regularse? ¿Tal vez sobreestimamos la capacidad nociva del ser humano y tenemos una tendencia patológica al antropocentrismo?

La pregunta que me viene a la mente es ¿por qué vivimos este ecoalarmismo, ese nuevo mantra que pretende unir a todos y al que nadie se atreve a poner sensatez por temor a ser insultado, tachado de negacionista o algo mucho peor?

Les voy a dar un dato: un billón, con “b”, de dólares. Es el coste que hasta ahora llevamos gastados en treinta años de campaña contra el cambio climático. ¿Ha habido algún avance, algún logro para la humanidad, algún fruto para frenar ese calentamiento? Pues según la cumbre contra el cambio climático de Madrid, no, no lo ha habido. Incluso parece que vamos a peor, de cabeza hacia el desastre, hacia unos inviernos en los que hará -1ºC en vez de los -3ºC habituales en Burgos, una catástrofe.

Entonces, si todo ese dinero donado por decenas de países no ha resultado una buena inversión sino más bien un gasto, ¿dónde han ido a parar todos esos fondos? Pues han ido a pagar documentales, técnicos, científicos, estudios oficiales, subvenciones a organismos internacionales, conferencias, cumbres, a pagar una buena casa a Al Gore, a pagar la futura casa y viajes alrededor del mundo de Greta Thunberg, y a permitir que muchísimos miles de personas y “expertos” vivan de esta nueva religión. Es mucho, muchísimo dinero. El ecoalarmismo es rentable. De hecho, si cualquiera de ustedes decide montar hoy una empresa relacionada con el cambio climático tendrá el éxito garantizado, fondos públicos a su disposición, serían llamados para ser asesores, para dar conferencias, impartir clases en los colegios y fondos para investigación y publicaciones. En este escenario, ¿quién tendría interés en que ese ecoalarmismo se revisara y se tratara de manera sensata?

Pero este despilfarro no acaba, vamos aún más allá. Se pide un esfuerzo mucho mayor, hipotecar económicamente a la raza humana, lastrar el desarrollo de países emergentes, con el añadido de que no se sabe si ese esfuerzo tendrá efecto sobre el cambio climático ni cuál será. Es así de simple. Nadie tiene idea de lo que se puede conseguir y lo que no.

Yo me pregunto si no sería más sensato destinar ese esfuerzo económico sin precedentes a cosas tangibles, como llevar agua corriente a todas las personas del planeta, acabar con las hambrunas, erradicar enfermedades mortales en decenas de países del tercer mundo, reubicar y eliminar todos los campos de refugiados que existen o desarrollar infraestructuras vitales en todos los países en vías de desarrollo, por poner algunos ejemplos. ¿Acaso eso no tendría un impacto directo y mensurable en el bienestar de la humanidad?

Preocuparse por el medio ambiente y reducir todo lo posible la contaminación es una obligación irrenunciable, pero creo que el debate sobre la demagogia tan costosa en la que estamos inmersos con el cambio climático es un debate legítimo que merecería ser planteado.

Por mi parte, seguiré preocupado por mejorar el medio ambiente, intentaré reciclar más, usar el menor plástico posible y utilizaré bombillas LED. Eso sí, me temo que no voy a poder dejar de comer entrecot de esos bovinos tan dañinos para el calentamiento global, ni cruzaré el charco en patera de remos. Espero que la simpática y risueña Greta así como sus avispados padres que gestionan los jugosos beneficios de su rentable tirón mediático sepan perdonarme algún día.

 
 

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