La verdad desnuda. Cosa imposible pues a cada acción siempre la antecede un velo de subjetividad y la precede un manto de percepción pasional, sistema límbico.

Gustav Klimt realizó dos versiones de esta obra, una en 1898 y otra un año después. La primera es una ilustración en blanco y negro para la revista “Ver Sacrum”.  En ella una joven, muy posiblemente adolescente, sujeta un espejo en su mano derecha. En la parte inferior aparecen el título y la firma. En la parte superior una cita de L. Schefer:

La verdad es fuego y decir la verdad significa brillar y arder”.

De esta primera versión lo relevante para mi artículo son precisamente las palabras de Schefer. Que, creo, complementan la reflexión con la que iniciaba este relato. Es decir, en caso de que la verdad se desnudara de su velo y manto, ardería inmolándose, no sin antes brillar tan intensamente que nos cegaría, impidiendo llegar a la comprensión absoluta de dicha verdad. La verdad eternamente perseguida e inalcanzable.

gklimtLa creación de 1899, óleo sobre lienzo, representa, en un formato largo y estrecho, colorido, sugerente y casi embriagador, a una mujer joven, en la plenitud de la vida, desnuda y sujetando un espejo en la mano derecha. Características comunes con la anterior. La expresión corporal predomina como proyección de los deseos de su alma y de todas las almas. Y su atractiva y seductora mirada se dirige directamente al espectador. Con lo que, aún siendo, en principio, participantes pasivos de la experiencia sensorial que es admirar un cuadro de Klimt, nos convierte en actores principales de su obra ante la doble posibilidad de reflejarnos en el espejo que sujeta la figura femenina, que nos proyecta y esos ojos ante los que nos dejamos apresar e igualmente nos reflejamos. Pareciera que nos convertimos en Dorian Gray a punto de enfrentamos ante nuestro auto retrato. Ante nuestras pulsiones y la imagen idealizada o no, pero imagen, que nos hemos construido de nosotros mismos, de nosotras mismas. La “verdad desnuda”. Los píes de la chica se apoyan en un pedestal donde aparecen recogidos el título de la obra y la firma del autor. Sobre la cabeza una leyenda que dice:

“Si no puedes gustar a todos con tus hechos y tu arte, gusta entonces a unos pocos. No vale la pena gustar a muchos. Schiller”.

De esta segunda, lo que dota de sentido su inclusión en el artículo es todo. Lo explico. Aquí aparece recogida una nueva aportación al concepto de verdad. “Nuestra” verdad, nuestra auto construcción personal a través de la que analizamos y juzgamos, porque juzgamos, el mundo y a los demás. Componentes indisociables de nuestro acercamiento a la verdad. Junto con la verdad, para mí, absoluta que expone Schiller. Esta verdad schilleriana es la verdad primigenia. Origen y causa de infinidad de conflictos personales y actuaciones dignas de psicoanalizar. Nunca nos aceptaremos si ello depende de la aceptación de los demás. Nuda Veritas.

En este acercamiento a la verdad, madreselva de aromáticas flores (pseudo verdades o impresiones condicionadas) que trepa con fuerza por el inconsciente comunitario, no podría dejar de aproximarme por igual a la obra y al autor. Los autores son fruto de su personalidad y de su contexto histórico, social y cultural.

Considero que Klimt fue un hombre que vivió en libertad, como consideró oportuno, con los únicos grilletes de sus pasiones.  Su muerte le sobrevino en 1918. En febrero, como consecuencia previsiblemente de una trombosis o derrame cerebral, quedó sin movilidad en la parte derecha de su cuerpo. Poco después, estando Viena sumida en una epidemia de gripe, contrajo una neumonía que propició su fallecimiento.

1918 fue un pésimo año para la humanidad, creo que desgraciadamente todas haremos algún tipo de paralelismo con la situación actual, conocimos la denominada gripe española, que no se originó en España y los primeros casos se registraron en Estados Unidos, en uno de los numerosos centros de instrucción puestos en marcha en un país que se preparaba para intervenir en la Primera Guerra Mundial. Podemos deducir lo que ocurrió en Europa en el momento en que las tropas norteamericanas desembarcaron junto al virus. Cuya capacidad letal se organizaba en torno a infecciones bacterianas secundarias, principalmente neumonía.  

He de indicar que no se puede descartar que la gripe española comenzara en Francia en 1916 o en China en 1917, si bien los primeros casos registrados son los de la base militar de Fort Riley (EE.UU.) el 4 de marzo de 1918.

Esta pandemia, como el COVID-19, no entendía de fronteras ni de clases sociales. Lo que me lleva a enlazar, de nuevo, con la vida de Klimt. “La dama de oro” o el retrato de Adele Bloch-Bauer (recomiendo que se interesen por la historia de este cuadro, no les defraudará) condensa magistralmente la esencia de la Viena de principios del siglo XX a la que el escritor Stefan Zweig se refirió como “la edad de oro de la seguridad burguesa”. Zweig, junto a sus coetáneos Freud o Klimt, era asiduo visitante de la casa de Adele. Hoy día es la edad de oro de la expansión y consolidación global de la burguesía y los dueños de los mercados, y estamos siendo asolados por una pandemia que, de no prestar atención, y permitirlo, nos restará libertad y opciones a los trabajadores.

Sobre Klimt me gustaría esbozar un último apunte; lo contrataron para realizar varias pinturas destinadas a las facultades de Filosofía, la de Derecho y la de Medicina, que provocaron un escándalo en el momento de su inauguración llegando incluso al Parlamento, alcanzado al Gobierno. Tras el paso de los años y diversos avatares, terminaron en mano de los nazis que, en 1945, viendo perdida la contienda, las destruyeron junto con un buen número de obras maestras de la humanidad, en el castillo donde las tenían guardadas. Fue el fin de Filosofía, Jurisprudencia y Medicina.

Una mentalidad totalitaria destruyendo intencionadamente Patrimonio de la Humanidad. Por desgracia en lo que va de siglo XXI hemos asistido a idénticas actuaciones, pero fuera de Europa. Lo que demuestra que la imposición por la fuerza de las ideas es el peor monstruo que puede engendrar el hombre y no importa su cultura o religión sino su visión radical, egoísta y ridícula de la existencia. La naturaleza es diversidad y aceptación de la misma. La vida es respeto y conocimiento del otro.

Desde que comenzó esta crisis estamos asistiendo, anonadados y entristecidos, a planteamientos totalitarios e intentos de menoscabo de nuestra democracia sin parangón en la historia reciente. Y justo aquí quiero enlazar con el comienzo del artículo y finalizar con Adolf Hitler: "Quizás la más grande y mejor lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia” y las derechas españolas lo están demostrando, frente a Albert Camus: “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas” y esto, junto con la siguiente frase, no debemos jamás olvidarlo los demócratas (sean de la ideología que sean ¡pero demócratas!);  “Un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este mundo”.

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