Ángel Rodríguez de Quijano y Arroquia: ¿El Julio Verne español?

Salamanca tierra mía

José Manuel Pañeda Ruiz, colaborador del Centro de Historia y Cultura Militar de Ceuta.

El 23 de mayo de 1820 nacía en La Carolina, Jaén, el primogénito de don Manuel Rodríguez de Quijano y de doña Margarita Arroquia y Olavide, sobrina esta última de Pablo Olavide, fundador de las colonias carolinas. A la temprana edad de cinco años, nuestro protagonista se quedó huérfano al fallecer su padre, por lo que su madre decidió trasladarse con Ángel y su hermano Mauricio a Madrid, donde les podía dar una mejor educación ante las limitaciones de su población natal.

A pesar de las dificultades económicas que sufrió la familia, debido al retraso en los pagos de la pensión de viudedad que tenía concedida su madre, Arroquia recibió una buena educación que le permitió ingresar en la Academia de Ingenieros en el año de 1838. Tras finalizar sus estudios en esta, se quedó formando parte del cuadro de profesores en dicha Academia, destacando en la faceta de escritor, que le acompañaría durante el resto de su carrera en la milicia.

La producción escrita de Arroquia es numerosa y variada en su temática, destacando dentro de las materias estrictamente militares, las dedicadas a las fortificaciones y al dibujo, sobre todo aplicado a la creación de cartografía. Dentro del primer grupo hay que citar la obra La fortificación en 1867, donde realiza una síntesis de los sistemas fortificados dentro de las dos escuelas preminentes en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX: la escuela francesa y la alemana. A la primera, criticaba su dependencia de los trazados de Vauban, utilizando los baluartes, anticuados y vulnerables ante la nueva artillería; respecto a la escuela alemana, Arroquia destacaba el abandono de las teorías francesas y la creación de nuevas fortificaciones poligonales mejor adaptadas al terreno. Por otra parte, nuestro protagonista desarrolló nuevas tipologías defensivas como respuesta a los avances en la artillería comentados anteriormente y que se pueden resumir en el mayor alcance, precisión y potencia que las piezas construidas hasta aquel momento, lo que hizo que las defensas de aquella época quedaran anticuadas ante la nueva amenaza.

Arroquia. Boletín de la
Real Sociedad Geográfica.

Arroquia indicó que las nuevas fortificaciones se tenían que construir en hormigón, pero su intuición fue más allá, propuso que el hormigón se tenía que reforzar con barras de acero, para incrementar su resistencia ante los ataques de la artillería enemiga. Estamos ante la primera mención escrita al uso del hormigón armado, un material de construcción que hasta finales de 1890 no comenzó a utilizarse en las obras, y que, sin embargo, Arroquia con su estudio, ingenio y mente avanzada a su tiempo, fue capaz de apuntar en su obra. A pesar de lo innovador de su idea, esta no prosperó, perdiendo España una oportunidad única para liderar la carrera constructiva que se estaba llevando a cabo a finales del siglo XIX en Europa.

Como ha ocurrido a lo largo de nuestra historia, han sido otros los que se han llevado la fama aprovechándose de una idea desarrollada en nuestro país. En el caso anterior, el ingeniero belga Alexis Brialmont, que conocía el trabajo de Arroquia, tal y como cita en sus propios escritos, construyó las fortificaciones de las ciudades belgas de Lieja y Namur en hormigón, siendo una figura reconocida internacionalmente, mientras que la figura de Arroquia ha caído en el olvido.

Dentro del segundo grupo de publicaciones militares, las dedicadas al dibujo, se puede apreciar nuevamente lo mejor de la observación, el estudio y la intuición de Arroquia. Esto se pone de manifiesto en su trabajo Tratado sobre las escalas gráficas en general y sus aplicaciones al dibujo geométrico donde a lo largo de sus páginas hace numerosas menciones al uso de la incipiente fotografía, el daguerrotipo, para realizar imágenes del terreno para obtener mapas del mismo.

Pero, además, escribió que se podían emplear en combinación con los globos aerostáticos para conseguir imágenes aéreas del terreno, en un claro precedente de la posterior utilización de la aviación y en la actualidad de los satélites para la elaboración de la cartografía.

Nuestro protagonista compaginó los trabajos anteriormente citados con su otra pasión, la geografía. Obviamente los componentes del Arma de Ingenieros desde su creación se dedicaron con una especial dedicación a la construcción de obras diversas, para lo cual necesitaban poseer un detallado conocimiento de las características del terreno, y por tanto estudiando con gran interés la Geografía a lo largo del siglo XIX. Por ello, aunque se ha separado en la primera parte de este texto su profesión de Ingeniero militar de sus trabajos geográficos, estos guardan una relación directa con su actividad en el Ejército. Ya fuese por una aplicación en el campo de la fortificación, de la topografía o de la cartografía, o como materia de estudio en la Academia de Ingenieros.

De hecho, la principal aportación de Arroquia al tratadismo militar fue la aplicación de la geografía y la geología a las operaciones militares. Este punto se pone de manifiesto en su obra “La guerra y la geología”, publicada en 1871, donde al comienzo de la misma su autor realiza una introducción donde expone la relación entre las ciencias físicas con el arte militar, donde además Arroquia manifiesta sus ideas sobre combinar el conocimiento topográfico del terreno con la geología del mismo para el éxito de las operaciones bélicas. Unos años más tarde dará luz la que según sus críticos es su obra magistral, “El terreno, los hombres y las armas”, publicada en Madrid en 1892. El texto de más de quinientas páginas, presenta la tesis de que de los tres factores que influyen en la guerra, los hombres, el terreno y las armas, se da una mayor importancia al armamento, sin tener en cuenta a los otros dos. El autor estructura el libro en doce partes, mostrando a lo largo de las hojas del trabajo bastantes similitudes con el texto “La guerra y la geología”, aunque también presenta la evolución de los dieciséis años transcurridos entre ambas publicaciones. En uno de los capítulos, Arroquia plasma sus conocimientos de la geografía española planteando un trazado de ferrocarril alternativo al ya existente entre las ciudades de Madrid y Barcelona. Un itinerario que pasaba por Guadalajara y otras poblaciones, y que casualmente sigue con bastante similitud el trayecto del AVE que une las ciudades de Madrid y Barcelona.

En las conclusiones de esta obra, al igual que demostró en numerosas ocasiones, vuelve a introducir un elemento innovador en el arte militar, como es su valoración de la importancia de los combates nocturnos, los cuales se podían desarrollar en condiciones naturales con la luz nocturna de la luna, o con las diversas posibilidades del uso de la tecnología para iluminar el campo de batalla. Siendo este tipo de acción militar de gran importancia en la actualidad, donde gran número de operaciones bélicas se desarrollan al amparo de la oscuridad. Una vez más, la inteligencia o la intuición de Arroquia demostró que acertó en sus predicciones sobre el uso de la tecnología en el campo de batalla.

‘La fortificación’ en 1867.
Memorial de Ingenieros.

De lo expuesto hasta el momento sobre los diferentes planteamientos de Arroquia en las diversas materias que trabajó y estudió, se pueden considerar no solo brillantes sino avanzados a su tiempo: el empleo del hormigón armado en la construcción, la fotografía aérea o el uso de la tecnología en las operaciones militares entre otros, le hubieran supuesto en otro país reconocimiento y sobre todo no caer en el olvido del tiempo.

Quizá podría haber llegado al nivel de un escritor francés contemporáneo de Arroquia, Julio Verne. El cual está considerado como el fundador de la ciencia ficción, los viajes espaciales, etc…, pero sobre todo por su carácter visionario. Sin embargo, a pesar de contar con un elevado número de predicciones, las cuales posteriormente se convirtieron en realidad, nadie se acuerda de nuestro protagonista. Por desgracia para el general Arroquia sus obras no se llegaron a publicar fuera del estamento militar ante la precariedad económica del mismo, motivo por el cual sus reflexiones y pronósticos sobre los aspectos citados previamente, no llegaron al público, pasando totalmente desapercibidos y por ende postergados en el baúl de la historia, al igual que su figura.

Nadie recuerda el nombre del general Arroquia, una personalidad científica reconocida en su tiempo en España y fuera de ella. La única alusión que actualmente permanece de Ángel Rodríguez de Quijano y Arroquia se encuentra en Salamanca. En el paseo del doctor Torres Villarroel se comenzó a construir en 1926 un cuartel de Caballería, finalizado dos años después. Edificio que a partir de los años 40 fue denominado como General Arroquia en memoria de nuestro protagonista, alojando en la actualidad el Cuartel General del Mando de Ingenieros, un merecido homenaje a uno de los miembros del Cuerpo más ilustres del siglo XIX y de la historia de los Ingenieros españoles.