La rebelión de los señoritos de Madrid

LHD-barrio Salamanca

Ya se han cansado de estar en sus amplios pisos del barrio rico de Madrid. Ya se han hartado de que sólo sus banderas nacionales -algunas con el aguilucho fascista y crespón negro- luzcan en sus balcones-. De que su himno nacional y sus caceroladas se oigan menos que los aplausos a los sanitarios, auténticos héroes de esta pandemia. Ya se han cansado de ver y escuchar a todas horas lo que el Gobierno de España está haciendo por salvar nuestras vidas. Ya les empieza a inquietar que se esté pensado en todos, incluidos los pobres, desasistidos y vulnerables, para repartir “dividendos” y salir unidos de esta catástrofe sin precedentes. Ustedes al lado de los pobres, ni a misa. Les molesta que se esté legislando por vía de urgencia para humanizar las residencias, que ustedes o sus parientes de renombre, explotan en rimbombantes Consejos de Administración de empresas que se lucran de la indefensión de nuestros abuelos. Muy cristiano esto, por cierto, no es. Ya no pueden soportar más que de esta crisis estemos saliendo todos unidos. Se alinean a la irresponsabilidad perniciosa y zafia de sus líderes, Ayuso, Casado, Abascal, Ortega Smith… ¡Salen a la calle a pedir libertad! Su gesto insolidario puede suponer nuestras muertes.

Pero a los ricos facistoides hay que entenderles. Su ley es la desigualdad, su bandera el clasismo y su herramienta más preciada los medios de la caverna que les ayudan a repartir algún que otro caramelito a las clases trabajadoras, -los que trabajan para ellos- para hacerles sentir que sin ellos -los directivos de la especulación salvaje- España se va a la ruina y perderán lo que les transfieren como una dádiva generosa, sus puestos de trabajo. Siempre hemos dicho que una democracia sana, se mide por unos medios de comunicación no contaminados. Sanos y libres. En este momento, como la libertad o independencia económica de los medios no existe, hemos de reconocer que todos estamos atrincherados. Es verdad. Pero los unos, pocos, nos hemos puesto al lado de la justicia social, de la justicia fiscal, del ecologismo y cuidado del planeta, del progreso, la tecnología y la creación de riqueza justa, de la Igualdad entre hombres y mujeres, de la ayuda a los vulnerables y de la redistribución de la riqueza. Por definirlo en cuatro conceptos. Y los otros en seguir manteniendo “las distancias”, pero no las distancias que obliga la pandemia, sino “las distancias de clase”. Que los ricos sigan manteniendo sus “espacios” en las alturas, descontaminados de la tropa.

El rifirrafe entre la marquesa Álvarez de Toledo, y la vicepresidenta socialista Carmen Calvo, nos dejó una estampa clara de la clase política que sufrimos como oposición. Fue así de gráfico. Puso todas las cartas sobre la mesa para todo aquel que quisiera verlo con ojos de humanismo y realidad, sin más. Por un lado, el insulto, la gélida altivez, la falta de empatía y de mínima compasión cristiana -ellos que presumen de misa, sotanas e Iglesia- frente a una compañera de trabajo visiblemente debilitada por una perniciosa neumonía que le ha dejado en el chasis, y aun así y todo, sigue en primera línea, aguantando horas de su salud y su tiempo, para explicar y dejar claro a una oposición, que solo aporta a la vida política, el insulto y la descalificación ruin y la bajeza humana, como única propuesta a la resolución de la pandemia. Calvo, obviando los insultos, se aplicó en explicar, no para la diputada Cayetana, que ya lo sabe, aunque retuerza intencionadamente los conceptos, sino para los millones de españoles que estos días ven los debates parlamentarios, en lo que consiste nuestro Estado de Derecho, nuestra Constitución y la herramienta constitucional para que el Estado defienda a la población, en una emergencia sanitaria sin precedentes como la que nos aqueja. El Estado de Alarma, no conculca, infringe, agrede, atropella o quebranta, ninguno de los derechos y libertades de la población. Más bien al contrario, “es la única y más eficaz herramienta de la que está dotada nuestra Constitución y la más garantista para defender los derechos y libertades de los ciudadanos frente a una emergencia sanitaria de tal magnitud como la que estamos viviendo ahora”. Vino a explicar la vicepresidenta, con la ley en la mano y el conocimiento que de ella le da su experiencia como catedrática de Derecho Constitucional, dos veces ministra y tantos años consejera autonómica y diputada.

Pero Álvarez de Toledo, quiere aprovechar y hacer que se noten, sus años de estudio en Oxford, utilizando un despotismo pretendidamente ilustrado, y una inquina sin parangón, para desgranar insultos de alto voltaje sin levantar la voz y sin que se le mueva un músculo de su helado gesto. Algo que tiene obnubilado al paleto de su jefe, Pablo Casado, que para no ser menos presume de posgrado en Harvard, un papelillo sacado en un fin de semana en Aravaca (zona cara de Madrid, para quien no conozca) eso sí, pagado a precio de oro, solo apto para niños ricos o enriquecidos. Algo que también sedujo en su día a su ex jefe Aznar, patoso donde los haya farfullando un inglés ridículo y pretencioso, o a su esposa Botella, la de los fondos buitre que robaron dos mil viviendas a familias de Madrid, por intermediación de Josemari, el hijo de ambos. No obstante, hoy, la marquesa Cayetana está en la cuerda floja dentro de su partido, porque muchos de los “moderados” del PP, están viendo cómo los pimpollos sobrepasan todas las líneas rojas de insolvencia e inutilidad política. Los que sí se arremangan contra la pandemia en sus territorios y sí trabajan a diario contra ella, léase, Feijó, Mañueco, Bonilla, están que trinan con la irresponsabilidad de los pimpollos, léase Casado, Ayuso, Cayetana, el aceitunero Egea, o Montesinos, un periodista sin sustancia al que sacaron de las tertulias para darle una chaqueta que le viene grande, como la de Iglesias, aunque últimamente ya se las compra más ajustadas. El chico aprende, aunque el ego no lo controla del todo, al menos lo intenta porque tonto no es y ya se empieza a dar cuenta de que su oratoria es estéril para su actual posición política y solo sirve de gasolina para la oposición perniciosa que nos ha tocado vivir en esta terrible pandemia. Y sobre todo porque ahora sabe que no es lo mismo predicar que dar trigo.

Pero a los señoritos del barrio de Salamanca, donde se aloja la creme de la creme madrileña, donde viven aquellos que no se fueron a La Moraleja, Pozuelo, Aravaca, Majadahonda o barrios periféricos de postín, como Bárcenas, Rato y familias de abolengo de “toda la vida”, escuchar de una roja socialista como la vicepresidenta Calvo, que les dé lecciones de Derecho Constitucional les importa un rábano. Ellos han olido la sangre, hablando eufemísticamente, que les han puesto encima de la mesa sus líderes, Abascal, Casado, Ayuso, Aznar, y creen que es: ¡ahora o nunca! Las urnas, hasta en cinco ocasiones les han dado la espalda, les han situado donde están, en la oposición e incluso en algunos gobiernos regionales, y saben que argumentalmente, en esta crisis, nada tienen que hacer frente a un Gobierno, el nacional de Pedro Sánchez, que trabaja incansable, de la forma vertiginosa, con aciertos y errores, como es su deber, pero sobre todo, como exige una pandemia de esta magnitud, tomando decisiones y redactando decretos y leyes en muchas direcciones al mismo tiempo, mientras se centran en el objetivo principal: salvar vidas humanas sin culpar a nadie, buscando salir todos unidos, sin dejar a nadie atrás.

Por eso, porque no lo soportan, durante esta semana se agolpan en la calle Núñez de Balboa y aledaños, sin mantener distancias y luciendo sus crespones, banderas constitucionales y anti constitucionales, y gritando ¡Dimisión! (con la foto de Sánchez) y ¡queremos libertad! Yo les digo, señores nostálgicos de épocas anteriores, su falsa y forzada “libertad”, es nuestra muerte, la de nuestros abuelos a los que han descuidado -sí, sus gobiernos conservadores, Aguirre, Granados, González, alcaldes de Pozuelo, Boadilla, consejeros Lamela, Güemes, y altos dirigentes que hoy son consejeros de Residencias de Mayores y CEO de empresas que proveen a los hospitales, tras privatizar gran parte de la Sanidad Pública madrileña.

Ya sabemos por qué les molestan los aplausos. Porque se acuerdan de las mareas de las batas blancas que les increpaban cuando ustedes les estaban despidiendo y llevándose camas y medios de los hospitales públicos a los suyos privados. Hoy, todos sabemos que sus hombres y mujeres de apellidos de abolengo de toda la vida son consejeros de muchas de la Residencias concebidas como negocios puros y duros, dejando a los mayores en auténticos reservorios que sólo aspiran a esperar y encontrar la muerte. Si señores, los que salís agolpados a las calles de barrios ricos, en pleno Estado de Alarma, alentados por Abascal que pide que siga habiendo manifestaciones por toda España, y por la presidenta más banal que haya tenido Madrid en su historia, una tal Ayuso que se pone a repartir bocatas a mano limpia en el IFEMA montado por el Ejército y no por ella. Como vosotros, los de la Plaza de Colón, los patriotas de pulserita y banderas, podeís hacer aglomeraciones ilegales en la calle, en estos momentos, tras ver tan recientemente los féretros en los palacios de hielo, las urgencias saturadas y a la gente morir como moscas en esta capital, al tiempo que día sí y día también criticáis sin parar, el 8M, pero no vuestros mítines multitudinarios y partidazos de futbol, ese mismo día. Vuestra locura de rencor, odio y ansias de golpe de estado, aún a costa de la muerte de miles de madrileños, que no pudieron ser atendidos por una Sanidad que los vuestros han esquilmado, robado, pisoteado, quebrantado y saqueado es nuestra vergüenza. Nos dan vergüenza ajena vuestra falta de solidaridad y de respeto a las vidas de los madrileños.