“La democracia en bata y zapatillas”

Hace ocho años la sociedad española se dotó de una nueva herramienta de potenciación y defensa de la democracia y de la Libertad. Libertad con mayúsculas y no la que proclama el PP.

En la década de los 70, tras el genocidio ideológico franquista (del que aún quedan defensores y aduladores) España vivía en huelga. 817 en el 70 que se duplicaron en solo seis años1.568 movilizaciones. 3,5 millones de trabajadores en pie de guerra en pos de unos derechos fundamentales.

En este contexto la supervivencia del “proyecto español” residía en la consecución de un amplio acuerdo social siendo este casi más importante que el acuerdo político. Y por supuesto con carácter de urgencia. De ahí el sentido de los Pactos de la Moncloa (octubre de 1977). Empresarios, Estado y fideicomisos varios, extranjeros y autóctonos, veían peligrar su remedo de democracia.

Nos encontramos ante uno de los decisivos actos que conformarán la tragicomedia: “El régimen del 78”. En esa España ni el ejército ni la banca ni los Estados Unidos –que recordemos acababa de machacar a Allende en Chile propiciando el golpe de Estado del 73- iban a permitir que fuera la izquierda quien tuviera protagonismo alguno en la Transición más allá de ser convidado de piedra, que sí no ¡Pinochet! Siendo la clave para que este trampantojo resultase vistoso, pero sobretodo efectivo el rey Juan Carlos I.

Pasan casi cuarenta años en el que el inmovilismo social es la tónica general, con artificios y sobresaltos, unos orquestados y otros derivados, pero, a fin de cuentas, el franquismo ha conseguido propagar y mantener su legado dentro de los cuatro poderes: ejecutivo, legislativo, judicial y quienes poseen los medios de comunicación, que no en los auténticos periodistas.

El régimen se tambalea y las élites políticas no se quieren enterar. El conformismo del bipartidismo contrasta con el dinamismo de una sociedad que no solo se mueve, sino que se acelera y reinventa para enfrentarse a las fracturas sociales y al empobrecimiento generado por las políticas de austeridad y la corrupción.

Frente a la globalización que crea dependencia y gregarismo surge el despertar de un país que se niega a resignarse y a seguir creyendo en una transición idílica, que necesita conocer su pasado para no repetir errores, que desea luchar por una democracia real y genuina. La gente decide dejar de ser figurante y convertirse en protagonistas, pero los poderes económicos no le van a permitir más que ser actores de reparto en el mejor de los casos.

En este escenario se mueve Podemos, con demasiados intereses intentando que cumpla otro guion, el que ellos escriben, pero ni lo han conseguido ni lo conseguirán. Podemos es un método para la consecución de unos fines: que en nuestra sociedad prevalezcan los derechos humanos, la decencia y la propia democracia.

Tras ocho años del nacimiento de Podemos el descontento se ha transformado en conocimiento, éste ahora debe hacerlo en verdad y en revolución (alejada de la violencia, pero intensa y apasionada).

Tras ocho años no solo se ha demostrado que, ¡sí se puede!, sino que sin información veraz no puede existir democracia.

 ¿Soy podemita? intento ser sincero conmigo mismo y con los demás, no decaer ante la adversidad y las presiones, que mi referente sea la honestidad, no dejar de caminar en busca de la empatía y desde el respeto a la naturaleza (y por supuesto a todos los seres vivos) luchar por la igualdad.

¿Soy podemita? Tan solo un hombre que intenta devolver su zapato a Rosa Luxemburgo y que cada vez que relee el “Fausto” de Goethe se me escapa alguna lágrima recordando sus “Cartas de amor y revolución”.

Es necesario explicar que desde un punto de vista puramente pragmático (y los Estados lo son, sus estructuras lo son, sus esencias lo son) las victorias morales no configuran el mundo, ni tan siquiera tienen por qué deconstruir esquemas existentes. Desde el pragmatismo la retórica sobre la moralidad o la ideología es únicamente un artificio para los auténticos vencedores. Vencedores por conseguir la imposición de su visión de país.

El comunismo patrio fue incapaz de hacer caer la dictadura española, lo convirtieron en un peón sacrificable durante la guerra fría. Mas ese peón fue capaz de implosionar, pasadas varias décadas, y paradójicamente proyectarse hacia el exterior para reevolucionar la sociedad española. Por el camino el socialismo fue devorado en Suresnes en un acto de autocanibalismo político convirtiéndose en una contrafuerza clave para la continuidad del legado sistémico franquista.

Hay que pelear sin espíritu de rendición para proteger y potenciar los logros democráticos, sustentados en valores éticos, en la justicia y en la libertad, prometidos tras el mayor fracaso, al menos hasta la actualidad, de la humanidad, la segunda guerra mundial.

Y debemos prepararnos para diferenciar claramente entre opinión pública y mediática. Distinguir entre engaño propagandístico e información, entre manipulación/control e independencia/autonomía.

Y ser plenamente conscientes de que Europa no es que sea el “pequeño cabo de Asia”, como la definió hace más de un siglo Paul Valéry, sino que es una entelequia prisionera de la economía consagrada a la decadencia.  Sin embargo, habría solución, la reevolución.

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